Las mascotas durante un tiempo son parte de nuestra vida, pero para ellos, nosotros somos su vida.
En primer lugar, cuando la vida nos plantea la posibilidad de tener una mascota, sea del tipo que sea, no podemos evitar pensar en el trabajo que nos va a suponer. Un nuevo miembro en casa supone más trabajo. Es cierto también, que aunque lo planteamos como una «obligación de nuestros hijos», sin poder evitarlo, la obligación es nuestra. Somos los padres los que nos encargamos de hacer o coordinar todas las faenas relacionadas. Además, hay que nombrarlo, aparecen gastos, aunque sean controlados, todo sale de nuestro bolsillo.

A continuación, una vez decidida la mascota, repartido las labores derivadas de la entrada por la puerta de casa, comienzan los cambios. Cambia todo, y a veces nos cuesta más aceptarlo que otras, pero ante la aceptación voluntaria de esta modificación de nuestra rutina como familia, no tenemos otra que asumirlo e intentar llevarlo bien.
Seguidamente, tenemos que hablar de las sensaciones, de lo que se siente teniendo a un ser en casa, que aunque crezca y se haga mayor, va a depender de ti para comer, para pasear, para estar aseado, cuando se ponga enfermo, en fin, para todo. Los sentimientos cruzados entre la responsabilidad, las anécdotas graciosas, el cariño y los días que lo abandonarías todo y saldrías corriendo, llegarán. Nosotros como padres daremos un paso adelante siempre, y nuestros hijos nos seguirán en ese camino, incluso ellos darán primero los pasos en muchas situaciones.
Para finalizar, y de forma muy general, sólo quiero decir que nadie te obliga a hacer nada, pero cuando se elige tener mascota, se acepta estar en otro nivel como ser humano, con todas las consecuencias. No vale arrepentirse, no vale abandonar, no vale maltratar, no vale regalar, no vale vender, no vale ser cobarde. Lo único que vale es respetar su vida y hacerlo lo mejor que se pueda con cariño y con mucha humanidad.